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Por ahora somos un PAPEL en blanco con infinitas posibilidades…

miércoles, 24 de octubre de 2012

Crítica de Rodrigo González a la obra de Marta García Sanz

El Adelantado de Segovia
PLÁSTICOS
Silencio
Exposición de Marta García Sanz
Rodrigo González Martín - Segovia | 16/10/2012





"Llevo toda la vida pintando - nos comenta Marta Gª Sanz - , y no me resulta fácil la definición de mi obra en pocas palabras: depende del momento en el que pinto, y depende del momento en el que la intento explicar. Y depende de quien la vea, y de sus propios momentos y experiencias".
Sin pretensiones grandilocuentes la pintura de Marta Gª Sanz quiere valerse por si misma, hablar por sí misma sin tutorías verbalistas que pretendan validarla. Es la propia obra la que asume y funciona como currículo de la artista. Pero, como no puede ser de otro modo, otorga al espectador, al que se acerca y contempla, más que la función de crítico, que con frecuencia limita el valor al mero gusto o no gusto, el esfuerzo atento y complaciente de "vivir" la obra para que pueda surgir esa chispa, ese encuentro, siempre ese diálogo en clave poética, metafórica, más aún simbólica, que denominamos arte.
Con nitidez recordamos las exposiciones de 2006 y 2008 en la galería Garajarte en S. Ildefonso. Eran paisajes anónimos, con claves intensas más allá de anécdotas, sin nombres que los individualizasen. Entonces el arte asumía una función catártica, sublimadora. Marta Gª Sanz se imponía con paciencia y método desvelar lo inmediato en su trasfondo, con rigor y perseverancia conformar un diario perceptivo de formas limpias y esenciales. Como si el paisaje exterior fuera una oportunidad para desvelar el paisaje interior. Nos atraía ese modo otro de ver el paisaje castellano. Nos impresionaban algunos contraluces al óleo o carboncillo que representaban los contrastes y conflictos asumidos, superados. La pintura como exorcismo buscado. Paisajes neobarrocos nos atrevíamos a llamarlos.
La obra de Marta García Sanz nos hacía pensar en la emoción arrebatada y sublime que experimentaron frente a la naturaleza los artistas del Romanticismo, como Friedrich o Turner. Los versos de Cristina Llorens que acompañaban las pinturas de la exposición de 2011 reflejaban la emoción en una búsqueda espiritual y no solo estética. Tres obras pequeñas pero potentes - "Tormenta", "Dos rocas" (ambas de la serie Blanca) y "Lluvia sobre el mar" -, incluidas en la actual exposición, nos recuerdan esa vivencia convulsa y dramática con la naturaleza, aún repleta de anhelos y desbordamientos, de tensiones y de duplicidades. Luces y heridas, huellas y manchas.
"Tras toda la vida pintando, no es fácil definir en pocas palabras mi obra, dado que ésta no es inerte, sino que ha ido evolucionando con el paso del tiempo y las experiencias", nos previene la pintora.
Su pintura ahonda en el paisaje esencial, decantado, primario, que en anteriores exposiciones se vislumbraba. El ojo sigue componiendo con grandes y profundas perspectivas alzadas. Más que observar interpreta. Más que reproducir modula. Es una pintura de introspección, con un paisaje como veladura que se hace cada vez más luminoso, transparente sin huella personal alguna. Solo en una obra aparece una figura humana, neutra, lejana, desplazándose en una línea oblicua, hacía un azul intenso - "Caminante", de la serie Blanca -.
En la exposición actual se muestran diez óleos y seis acuarelas, que permean lenguajes con una voluntad de simplificación de la naturaleza. Compleja simplicidad, al decir de los místicos, superación de lo sensible en una experiencia sublime. El silencio - no en vano es el título genérico de la exposición - que deviene después del temor y del temblor. Silencio que aminora el ruido, que licua la tormenta - "Lluvia", de la serie La luz y el equilibrio -, que filtra evanescente la materia - "Cuarzo", de la serie La luz y el equilibrio -. Formatos verticales que ahondan la escalera de la emoción.
Se simplifican los paisajes intensos y austeros, profundos y próximos. Esenciales y vitales. Abstractos y concretos. Sin distracciones, liberados. Vivencias sin geografía que contamine. Paisajes escuetos, pero amables, para nada tristes.
El aire y la luz rompen los planos. La inmaterialidad de las nubes y las tierras intercambian sus manchas visuales sin gravedad. ¿Qué ocurría si invirtiéramos el cuadro "Tardes de verano"? Nada. El eje del horizonte es un espejo, que duplica la ingravidez, que invierte los colores del tiempo.
En una sala contigua no olviden ver tres retratos, otros paisajes, otros diálogos, otros silencios, que presuponen representar de forma soportable la imagen posible del ser humano.

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